¿Quién recuerda a los ancestros que gruñían y declamaban entre sombras y máscaras? ¿Qué ocurrió con las antiguas tradiciones de guiñoles y títeres que cargaban contra el poder y las convenciones sociales? ¿Dónde se apolillan las obras que soñaron Valle-Inclán o García Lorca entre muchos otros? ¿Alquien dice algo? Vaya, silencio en la sala…
¿Cuántas manos se alzan a favor de un supuesto género menor que se revuelve, orgulloso por todo lo que fue, contra la dictadura de lo consumible y lo efímero?
Tras formularse esta y algunas otras preguntas sin respuesta, Le Guignol Orthopédique abre su renqueante telón. Y tal vez no guste lo que aparezca en escena. Porque no serán títeres picaruelos que harán las delicias de los niños. Tampoco serán algarabías cibertecnológicas que el público pueda fotografiar para atestiguar su buen criterio a la hora de malgastar su tiempo. Nada de eso, gracias.
La escena será un espejo, eso y nada más. Ese espejo viejo, sucio y arrinconado donde ya no nos gusta mirarnos, porque creemos que la imagen que nos devuelve no se ajusta con la realidad. ¡Estos fantoches no saben ni lo que dicen!
Habremos pues de enfrentarnos a nuestras propias muecas. Para la risa ruidosa o para el llanto hipante. Por ello, no traigan a la sala a sus tiernos infantes. Todavía no. Ya habrá tiempo, habrá tiempo.
Y cuando se cierre y chirríe el telón, volverán las preguntas. ¿Fue bueno el resultado? ¿Sirvió algo de algo? Solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, no hay otro camino: es hora de echarse a andar. Camino pedregoso y sueños a la espalda; pie tras pie, traspié tras traspié, Le Guignol Orthopédique inicia su andadura…